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El Evangelio según el Espiritismo

Parábola del sembrador

 

Janaina de Oliveira




Imaginemos que nuestro encuentro con Jesús hoy es junto al mar. De lejos parece ser que lo vemos, está sentado mientras el viento juega con su pelo. Ya hay mucha gente a su lado. Nos acercamos y nos damos cuenta de que muchas más personas hacen lo mismo. La multitud lo busca, atraída por su magnetismo pacificador. Uno se siente distinto en su presencia y por esto hombres y mujeres, de diferentes clases sociales y pueblos le buscamos. Aquí hoy casi toda la gente es sencilla. Somos los desheredados de la tierra, los tristes, los enfermos. Tenemos sed de su palabra.


Jesús ve cómo llegamos. Examina la multitud como un buen médico, con su mirada. Toma una barca, que se aleja de la orilla sólo un poco. Empieza a hablar y le oímos perfectamente. Nos habla entonces en forma de historias. Lo entendemos, porque son historias cercanas de las situaciones que vivimos todos los días. Nos cuenta Jesús hoy la historia del sembrador que salió a sembrar. Dice el Maestro que mientras este hombre sembraba, una parte de las semillas cayó a lo largo del camino, y las aves del cielo vinieron y se las comieron. Otra parte cayó en lugares pedregosos, donde no había mucha tierra; y las semillas brotaron pronto porque la tierra donde cayeron no era profunda. Pero en cuanto salió el sol las quemó y, como no tenían raíces, se secaron. Otra parte de las semillas cayó entre los espinos, y cuando estos crecieron las ahogaron. Dice Jesús que otra parte de las semillas, finalmente, cayó en tierra buena, y las semillas dieron fruto, unas cien, otras sesenta, y otras treinta. Como quién sabe que el corazón de algunos lo escuchan es duro, Jesús añade: “El que tenga oídos para oír, que oiga”. (San Mateo, 13:1 a 9.)

 

El que la escucha, pero no se transforma, pronto reniega ante la adversidad.

 

Lo hemos escuchado con atención. Íntimamente creemos comprender qué dice. Nosotros mismos hemos sembrado muchas veces y sabemos que es cierto todo lo que explica. Una baja la mirada un momento para integrar lo que ha oído. Queremos que su palabra llegue lo más profundo posible en nuestras almas. Mientras levantamos la mirada, vemos cómo otras personas hacen lo mismo. Estamos listos para más. El sentido literal de sus historias es cercano y reconocible, pero necesitamos que el Maestro siga para llegar más profundo al sentido de su mensaje. “Escuchad, pues, vosotros, la parábola del sembrador” - Le oímos decir. Jesús explica que los que escuchan la buena nueva sin prestarle atención, se ve arrebatado por las fuerzas contrarias al bien. El que la escucha, pero no se transforma, pronto reniega ante la adversidad. En la superficie se ve la renovación de modos, pero ésta no es profunda. ¿No lo hemos visto tantas veces? ¿No quisiéramos que seguir a Jesús fuera más fácil? El que recibe la semilla entre los espinos, es el que oye la palabra, pero pronto las preocupaciones del mundo y la ilusión de las riquezas ahogan en él esa palabra y la vuelven infructuosa. A esta persona le consume la ansiedad, el miedo, la avaricia, y su corazón no da condiciones a que la palabra fructifique.


Jesús nos mira con firmeza serena y dice: “El que recibe la semilla en tierra buena es el que escucha la palabra y le presta atención; y en él ella da fruto, cien, o sesenta, o treinta por uno”. Por Dios, este es lo que queremos ser. Nos levantamos y volvimos a nuestros hogares pensativos, examinando cada uno su propio corazón. Cada uno lleva la cuenta de sus penas, de sus miedos, de sus fantasmas, pero ante las enseñanzas del Maestro todo cobra una perspectiva nueva. Somos como la tierra y lo que hacemos y pensamos son los frutos que ofrecemos al mundo. Allí en la orilla hemos recogido más que una nueva historia, nos hemos dado cuenta de nuestro potencial. Dentro de nosotros está la capacidad de fructificar. La sensación de poder, de sencillamente ser capaz nos va acompañar durante días. Cada vez que cerremos los ojos, nos volvemos a ver caminando en la dirección de Jesús mientras él nos espera para una nueva lección.


Las lecciones en el contexto espírita nos alejan del fenómeno y nos acercan al estudio y a la humildad. El corazón que es buena tierra no se deja arrebatar por las disputas o las quejas. Hace más de dos mil años de aquella tarde en la orilla del mar, pero todavía nos resuena en el corazón la invitación a fructificar. Que el amor y la fraternidad sean siempre la tónica de nuestros encuentros, para que fructifique esperanza, paz y armonía.



 

Cada uno lleva la cuenta de sus penas, de sus miedos, de sus fantasmas, pero ante las enseñanzas del Maestro todo cobra una perspectiva nueva.

 



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