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La Génesis según el Espiritismo

Cap. XI  - Parte II. Encarnación de los Espíritus

 

Vera Lucia Dalessio


Podríamos decir que el Espíritu, por intermedio del periespíritu, crea raíces en ese germen, como una planta lo hace en la tierra, es entonces cuando el germen está enteramente desarrollado, la unión se completa, siendo ese el momento en que el espíritu resurge ante la vida exterior, lo que conocemos por encarnación o VIDA. 


Desde el instante en que el Espíritu inicia el contacto con el lazo fluídico que lo unirá al germen, la turbación comienza en él y va aumentando a medida que la unión se intensifica, hasta en los últimos momentos antes del nacimiento, pierde totalmente la conciencia de sí mismo, de manera que jamás es testigo consciente de su nacimiento. En el momento en que se inicia la respiración, el espíritu comienza a recobrar sus facultades. Pero, al mismo tiempo en que recobra la conciencia de sí mismo, olvida su pasado que podría angustiarse y dificultar el camino, aun sin perder sus facultades,  cualidades y aptitudes adquiridas anteriormente. Una nueva vida constituye un nuevo punto de partida, una nueva ascensión.


Al revés, cuando este principio vital deja de actuar, por diferentes motivos, la unión cesa, el periespíritu se va soltando, molécula a molécula, en similar trabajo al de la unión, y el espíritu recupera entonces su libertad.


La MUERTE del cuerpo es la que produce la partida del espíritu. Esta es la prueba evidente de que el principio vital y el principio espiritual son dos cosas distintas.

El espíritu conserva su integridad y todas sus facultades adquieren una penetración aún mayor. Cuando vuelve a la vida espiritual, su pasado se le presenta ante sus ojos, y entonces puede juzgar si ha empleado su tiempo bien o mal.


El espíritu es siempre él, antes, durante y después de la encarnación, la cual es sólo una etapa especial de su existencia.


De acuerdo con la opinión de ciertos filósofos espiritualistas, el principio inteligente es una contraparte del principio material, se individualiza y se elabora pasando por los diversos grados de la animalidad. En ellos el alma se ensaya en la vida y desarrolla sus primeras facultades, mediante el ejercicio. Este sería el período de incubación del alma. Alcanzado el grado máximo de desarrollo que implica este estado, recibe las facultades especiales que caracterizan al alma humana. El hombre no es menos hombre ni más animal porque haya pasado por la escala de la animalidad.


Sin buscar el origen del alma, ni las etapas que debió franquear, nos ocuparemos de ella desde el momento de su entrada en la Humanidad, cuando, dotada del sentido moral y del libre albedrío, comienza a responsabilizarse de sus actos.


El espíritu encarnado está obligado a proveer de alimento a su cuerpo y a luchar por su seguridad y bienestar, y en esta búsqueda ejercitará y desarrollará sus facultades. Su unión con la materia es útil para su adelanto, razón por la cual la encarnación  es una necesidad, además, que ayuda en la transformación y al progreso material del planeta que habita, y así es como, al mismo tiempo que labra su propio adelanto, coopera con la obra del Creador, de quien es un agente inconsciente. La encarnación del espíritu no es constante ni perpetua, sino transitoria.


En el intervalo entre una encarnación y otra, el espíritu, también, aprende, progresa, traza sus planes, toma las resoluciones para su nueva existencia y un nuevo intento de mejorar.


Usualmente, la reencarnación no es un castigo, sino una condición inherente a la inferioridad del espíritu, así como un medio de progresar moralmente. Cuando esto acontece, se va depurando, su vida se espiritualiza, sus facultades y percepciones aumentan, mientras, su felicidad será proporcional al progreso realizado.


En el intervalo entre una encarnación y otra, el espíritu, también, aprende, progresa, traza sus planes, ...

El progreso espiritual de un planeta guarda íntima conexión con el progreso moral de sus habitantes. Hay mundos  más o menos antiguos y con diferentes grados de progreso moral y físico. La Tierra es uno de los planetas menos adelantados, poblados por espíritus relativamente inferiores,  la vida en ella es más penosa que en otros mundos (aunque existan otras moradas más atrasadas donde la vida és aún más dificultosa). En el momento en que la Tierra alcanzó las condiciones climáticas adecuadas para la existencia humana, los espíritus comenzaron a encarnar en ella.


Estos espíritus revistieron cuerpos apropiados a sus necesidades especiales y a sus aptitudes. Se agruparon, naturalmente, por analogías  y simpatías, y así perpetuar los caracteres distintivos físicos y morales de las razas y los pueblos.

El progreso no fue uniforme en toda la especie humana. Las razas más inteligentes superaron a las demás, sin contar con que espíritus, creados incesantemente para la vida espiritual, vinieron a encarnar en la Tierra, con lo que la diferencia de progreso fue más notable aún.


Los espíritus abandonan un mundo por otro más adelantado, cuando en el que habitan ya no les brinda más posibilidades de progreso. Si algunos lo abandonan antes, se debe a causas individuales que Dios, en su sabiduría, toma en cuenta.


Podemos comparar a los espíritus que vinieron a poblar a la Tierra con esos grupos de emigrantes, de diversos orígenes, que llegaron a una tierra virgen para establecerse.


Toman la misma madera y la misma piedra para construir sus casas, sin embargo, cada uno le imprime su sello particular, de acuerdo con el grado de su saber y su genio individual... se reúnen por analogía de orígenes y gustos. Esos grupos formarán, más tarde, tribus y luego pueblos, y cada uno de ellos tendrá costumbres y características propias, que pasaremos a entender mejor, a seguir, en el próximo artículo en donde abordaremos el tema: REENCARNACION.


El progreso espiritual de un planeta guarda íntima conexión con el progreso moral de sus habitantes.

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