Bicorporeidad y Transfiguración
Segunda parte, cap. VII
David Santamaría
Allan Kardec trata en este capítulo de: Apariciones de espíritus de personas vivas – Hombres dobles - San Alfonso de Ligorio y San Antonio de Padua – Vespasiano – Transfiguración – Invisibilidad – Agéneres
«La bicorporeidad y la transfiguración son variedades del fenómeno de las manifestaciones visuales, y por más maravillosos que a primera vista parezcan, fácilmente se reconocerá, a través de la explicación que daremos acerca de ellos, que no se apartan del orden de los fenómenos naturales. Ambos se basan en el principio de que todo lo que se ha dicho sobre las propiedades del periespíritu después de la muerte también se aplica al periespíritu de los vivos.» (ítem 114)
A veces no se toma en consideración que el espíritu de las personas vivas, cuando está emancipado de su cuerpo (al dormir, por ejemplo), tiene las mismas posibilidades de manifestarse mediúmnicamente que cualquier espíritu, siempre y cuando sepa cómo debe actuar para conseguirlo o reciba la ayuda necesaria para ello.
Kardec transcribe algunos casos de apariciones de personas vivas, casos que prueban de una forma muy marcada tanto la realidad de la existencia del Espíritu, así como la posibilidad de concretarse a la vista y al tacto, como en el relato que referimos a continuación:
Un señor que reside fuera de la capital nunca había querido casarse, a pesar del empeño de su familia. Le rogaban con insistencia que desposara a una joven que vivía en una ciudad próxima y a la cual él jamás había visto. Cierto día, mientras se hallaba en su cuarto, tuvo la enorme sorpresa de verse en presencia de una muchacha vestida de blanco, que llevaba la cabeza adornada con una corona de flores. Ella le dijo que era su novia y le tendió la mano, que él tomó entre las suyas, momento en que notó que llevaba un anillo. En pocos instantes todo desapareció. Sorprendido por aquella aparición, y después de asegurarse de que estaba perfectamente despierto, el hombre averiguó si alguien había estado allí durante el día, a lo que le informaron que ninguna persona había sido vista en su casa. Un año después, cediendo a nuevas solicitudes de una parienta, resolvió conocer a la muchacha que le proponían. Llegó a la ciudad donde ella vivía. Era el día de Corpus Christi. Ya habían vuelto todos de la procesión, y una de las primeras personas que se presentó ante él, al entrar en la casa, fue una joven a quien reconoció como la misma muchacha que se le había aparecido. Llevaba un vestido idéntico al de la aparición, que también se había producido un día de Corpus Christi. Él quedó muy perturbado, y la joven, por su parte, dio un grito de sorpresa y se desmayó. Cuando volvió en sí, dijo que ya había visto a ese señor el mismo día del año anterior. Decidieron casarse. Eso ocurrió alrededor de 1835, época en la que todavía no se hablaba de los Espíritus. (ítem 117)
Este caso presenta algunos aspectos remarcables:
A pesar de que ello no se indique, forzosamente la muchacha aparecida debía estar durmiendo o, al menos, adormilada, en el momento en el que se manifestó a su futuro marido. De otra manera no hubiera podido producirse la emancipación de su Espíritu, su traslado hasta la casa de ese señor y su posterior aparición a él.
Hay que resaltar también el carácter de tangibilidad de la aparición, ya que el hombre tomó la mano del Espíritu entre las suyas dándose cuenta, además, de que llevaba puesto un anillo. Estos sencillos detalles demuestran sin lugar a dudas que el proceso de “corporificación” (por llamarlo de alguna manera) del cuerpo espiritual había sido real y no se trató de una alucinación o una simple visión.
Señalaremos también la coincidencia de la festividad del día de la aparición con el del encuentro físico entre los dos. Ello propició que la chica llevara el mismo tipo de vestido lo cual facilitó tanto el reconocimiento como el impacto visual por parte del hombre.
Aquella experiencia del momento de la aparición debió ser tan intensa también para ella que quedó impresa en su memoria cerebral, recordándola posiblemente como un sueño de alta emotividad. Además, esta circunstancia acaba de alejar cualquier duda de que pudiera tratarse de un proceso alucinatorio por parte del hombre.
Un último detalle muy destacado es que la muchacha, en el momento de la aparición “sabía” que ella era su novia, cuando, en realidad, ni siquiera le conocía (al menos en estado de vigilia). Pero, quienes acompañaron esta situación desde el mundo espiritual sí que lo sabían y pudieron inducirla a dar esta información.
Finalmente podemos preguntarnos quién debió ser el propiciador de aquella experiencia. Difícilmente podemos pensar que fuera la chica, sino que, posiblemente, Espíritus amigos (seguramente los Espíritus protectores de ambos) planearían aquel momento tan especial para que tuvieran un testimonio directo de su futuro y que ello les ayudara a tomar la decisión de contraer matrimonio. No obstante, pudo haber, también, el interés del efecto colateral de dar una prueba contundente de la existencia de los Espíritus y de sus posibilidades de comunicación. Prueba que Kardec supo recoger y aprovechar convenientemente.
A veces no se toma en consideración que el espíritu de las personas vivas, cuando está emancipado de su cuerpo (al dormir, por ejemplo), tiene las mismas posibilidades de manifestarse mediúmnicamente que cualquier espíritu, siempre y cuando sepa cómo debe actuar para conseguirlo o reciba la ayuda necesaria para ello.
El fenómeno de las “personas dobles” o de bicorporeidad se inserta perfectamente en estos casos de apariciones tangibles de personas vivas, siendo muy interesantes los relatos históricos que aporta Kardec en este capítulo.
Lo antedicho también explicaría la cuestión de los llamados “agéneres”, o sea, no engendrados. En cuanto a éstos, las explicaciones de Kardec en este capítulo son muy sucintas: «Diremos tan sólo que se trata de una variedad de la aparición tangible. Es el estado en que ciertos Espíritus pueden revestir momentáneamente las formas de una persona viva, a tal punto que causan una ilusión completa.» (ítem 125), remitiendo al lector a un artículo publicado en la Revue Spirite de febrero de 1859. Remarquemos que no se trata de un proceso de materialización, ya que ello implicaría la utilización de ectoplasma segregado por un médium de efectos físicos, sino que realmente sería una especie de “condensación” periespiritual (ver al respecto los ítems 100.23 y 100.24). Revisaremos un llamativo caso reseñado por Kardec en ese número de su Revue Spirite:
«Una pobre mujer estaba en la iglesia de Saint-Roch (San Roque) y oraba a Dios para que la ayudase en su aflicción. A la salida de la iglesia, en la rue Saint-Honoré (calle San Honorato), ella encontró a un señor que la abordó diciéndole: «Mi buena señora, ¿estaríais contenta de encontrar trabajo?» «–¡Ah! Mi buen señor, dijo ella, ruego a Dios para que me lo haga encontrar, porque soy muy desgraciada». «–¡Pues bien! Id a tal calle, en tal número; preguntad por la Señora T...; ella os lo dará». Después de decir esto, continuó su camino. La pobre mujer se presentó rápidamente en la dirección indicada.
«–En efecto, tengo un trabajo para mandar hacer, dijo la señora en cuestión, pero como todavía no se lo he dicho a nadie, ¿cómo ha sido que me habéis venido a procurar?» Entonces la pobre mujer, al ver un retrato colgado en la pared, dijo: «–Señora, ha sido ese señor quien me ha enviado.» «–¡Ese señor! Replicó espantada la señora; pero no es posible: ése es el retrato de mi hijo, muerto hace tres años». «–Yo no sé cómo esto ha sucedido, pero os aseguro que es ese señor que acabé de encontrar al salir de la iglesia, donde yo había ido a orar a Dios para que me asistiera; me abordó y fue él mismo quien me envió aquí”»
»Según lo que acabamos de ver, nada habría de sorprendente que, en Espíritu, el hijo de aquella señora haya aparecido con su forma corporal a la pobre mujer para prestarle un servicio, cuya plegaria sin duda él había escuchado, y para indicarle la dirección de su madre. ¿En qué se transformó después? Indudablemente en lo que era antes: un Espíritu, a menos que haya juzgado oportuno mostrarse a los otros bajo la misma apariencia, al continuar su paseo. Esta mujer habría así encontrado a un agénere con el cual había conversado. Pero entonces, se dirá, ¿por qué no se presentó a su madre? En esas circunstancias los motivos determinantes de los Espíritus nos son completamente desconocidos; ellos obran como mejor les parece o, mejor dicho, como ya lo dijeron: en virtud de un permiso sin el cual no pueden revelar su existencia de una manera material. Además, se comprende que su visión hubiera podido causar a la madre una peligrosa emoción; ¿y quién sabe si no se presentó a ella durante el sueño o de otro modo? Y, por otro lado, ¿no era ése un medio de revelarle su existencia? Es más que probable que él haya sido un testigo invisible de la conversación entre ambas damas.»
El fenómeno de las “personas dobles” o de bicorporeidad se inserta perfectamente en estos casos de apariciones tangibles de personas vivas
Verdaderamente este es también un caso muy reseñable. El Espíritu del hijo “decide” mostrarse corporalmente a aquella pobre mujer. Pero, ¿realmente lo decidió él o necesitó como apunta Kardec permiso para poder hacerlo? Es probable que haya más de lo segundo que de lo primero, ya que, además, no sería nada de extrañar que para realizar un fenómeno de este tipo se necesite el concurso de otros Espíritus.
Y, ¿por qué se necesitaría de una “puesta en escena” tan compleja para ayudar a aquella señora? ¿No podían los buenos Espíritus darle auxilio de una forma más sencilla, menos complicada? Sin duda los recursos que se pueden movilizar desde el plano extra físico son más abundantes de lo que nosotros podríamos suponer. Sin embargo, también en este caso, como en el anterior, podía haber otros intereses que justificaran el esfuerzo de plasmar un agénere como, por ejemplo:
Demostrar de una manera indirecta, pero extremadamente contundente, a la madre que su hijo seguía vivo después de la muerte.
Promover, a través de aquella pobre mujer demandante de trabajo (quién, además no parecía muy impresionada por lo que acababa de vivir), una información para terceras personas a quienes podría ser de gran utilidad conocer una experiencia tan poco habitual. Igualmente se produciría ese trasvase informativo a través de la madre. De esta manera, se podía llamar la atención de un buen número adicional de personas.
Finalmente, no puede descartarse que los Espíritus promovieran esa fenomenología para que, finalmente, Kardec pudiera aprovecharla para difundir esas actuaciones tan directas del mundo espiritual sobre el mundo material.
Para terminar, nos referiremos al fenómeno de la transfiguración. Fenómeno rarísimo cuando es genuino y cuando no obedece únicamente a una transformación del rostro por medio de muecas o expresiones forzadas. Consiste en una irradiación del periespíritu del médium alrededor de su cuerpo y que, por ese efecto anteriormente citado de “condensación periespiritual” podría cambiar la apariencia de su rostro e incluso de su cuerpo como, por ejemplo, volviéndolo brillante; asimismo su rostro (e incluso el resto del cuerpo) podría tomar las formas de algún otro Espíritu. En este último caso debe producirse una especie de combinación y posterior “condensación” de algunas fracciones (suponemos) de ambos periespíritus, plasmando el Espíritu manifestante -consciente o inconscientemente- los rasgos de su rostro, sobreponiéndose éstos a la cara del médium.
Solamente imaginando la complejidad de estas operaciones comentadas por Kardec, ya nos hacemos una idea de lo difícil que ha de ser obtener fenómenos de esta índole.
Kardec explica el caso de una chica joven, que él pudo presenciar personalmente, que tomaba en cada sesión el semblante y la forma corporal de diversos Espíritus que podían ser perfectamente reconocibles. Además del cambio total de apariencia física, también, sorprendentemente, variaba el peso de la médium. Se refiere el caso de la manifestación, a través de esta jovencita, del Espíritu de su hermano fallecido quien había sido un muchacho alto y corpulento; el peso de la médium durante esa manifestación era mucho más grande que en su estado normal. Evidentemente podemos preguntarnos si, por el solo hecho de cambiar la forma exterior también sería posible que variara el peso; ello es poco probable, pero los Espíritus que ayudaban en el fenómeno sin duda sabrían como alterar el peso de la muchacha para, de esta forma, dar la percepción completa de la presencia del hermano.
Solamente imaginando la complejidad de estas operaciones comentadas por Kardec, ya nos hacemos una idea de lo difícil que ha de ser obtener fenómenos de esta índole.
A pesar de la espectacularidad de este hecho mediúmnico, ¿cuál sería la utilidad de esta extraña fenomenología? Evidentemente la misma que en todos los fenómenos espiritistas: la constatación de la vida después de la muerte que es, de forma indudable, la gran contribución del espiritismo. Circunstancias tan aparatosas como las que se describen en este capítulo sirven, además, para llamar la atención sobre esas pruebas tan especiales; pruebas, que pueden incitar a la investigación de los estudiosos del espiritismo y la parapsicología.
Probablemente el fenómeno de transfiguración más conocido es el que protagonizó Jesús: «Y se transfiguró delante de ellos; y resplandeció su rostro como el sol y sus vestidos fueron blancos como la luz» (Evangelio de Mateo 17, 2). Es decir, su periespíritu irradiando a través de todo su cuerpo pudo hacer tomar a éste -por la voluntad de Jesús- esa apariencia tan magnífica.
Finaliza Kardec sus explicaciones sobre la transfiguración (ítems 122 a 124) con unas breves líneas sobre el fenómeno de la invisibilidad: «La teoría del fenómeno de la invisibilidad surge naturalmente de las explicaciones precedentes y de las que hemos presentado en relación con el fenómeno de aportes, en el § 96 y siguientes.» Realmente, con las explicaciones aportadas sobre la transfiguración y las de la teoría de aportes (segunda parte, cap. V) no somos capaces de articular una interpretación adecuada sobre el mecanismo de producción de una posible invisibilidad, sin negar que ella sea posible.
No obstante, hay un hecho muy curioso que se refiere en el Evangelio de Juan 8, 59: «Tomaron entonces piedras para tirarle: más Jesús se encubrió y salió del templo; y atravesando por medio de ellos, se fue.» ¿Qué pasó en ese momento? ¿Se invisibilizó para poder salir de aquella situación? La verdad es que solamente podemos especular a ese respecto, aunque, ciertamente, da que pensar…