Autoestima incondicional
Jordi Santandreu
Comenzaremos por definir el amor hacia uno mismo, que en Psicología llamamos “autoestima”, un talón de Aquiles para la mayoría de nosotros, que toma protagonismo muy a menudo en las consultas de los psicólogos o en los servicios de atención de los centros espíritas, acompañando en la génesis de otros trastornos emocionales.
La mayoría de nosotros entendemos que el amor a uno mismo está determinado por dos variables:
1. los aciertos y errores que acumulamos;
2. los elogios o las críticas que recibimos.
De acuerdo con la ciencia de la Psicología, cuando basamos la autoestima en estos dos frágiles supuestos, sin darnos cuenta ponemos en serio riesgo nuestra salud emocional a largo plazo, ya que pensar así, fácilmente puede conducirnos bien a sobrevalorar, o bien a infravalorar nuestra importancia, nuestras capacidades y nuestro verdadero valor.
Sobre todo, sin embargo, sufrimos más por la baja autoestima. Es mucho más raro encontrar altas autoestimas, supongo que porque al mundo materialista liberal, le interesan las bajas autoestimas para mantenerse, para vender, para consumir. Una persona con una autoestima sana no consume tanto.
Cuando parece que peor nos van las cosas, escribe la psicóloga catalana Silvia Congost en su libro Autoestima Automática:
“cuando no tenemos una buena autoestima, todo se vuelve gris y nuestra senda se transforma en una dificultosa y muy inclinada cuesta. Aparecen las dudas, las inseguridades, los miedos, las comparaciones, los sentimientos de inferioridad y todos esos fantasmas que nos bloquean, nos paralizan o nos llevan a acabar renunciando a nuestros sueños más profundos y deseados”.
Los orígenes del amor por uno mismo
Hay estudios que aseguran que cerca del 30% de este atributo tiene un origen genético. Esto lo habrán comprobado mediante estudios con gemelos y miembros de diferentes generaciones de una misma familia, abuelos, padres, hijos, primos, etc. Sin menospreciar este porcentaje, que en realidad es bastante alto, la Psicología asume que el 70 % restante, la inmensa mayoría, procede del ambiente, sobre todo, del aprendizaje en los primeros años de vida.
Durante la infancia, cuando la niña y el niño son educados desde el reconocimiento, el afecto, la coherencia, el diálogo y el respeto, su autoestima emerge de una forma completamente diferente a cuando le educan a través de la desaprobación, la burla, el menosprecio o la sobreprotección.
No culpamos a los padres, pobres, ya que lo hicieron lo mejor que pudieron. Pero sin quererlo, pudieron contribuir en el desarrollo de un individuo frágil emocionalmente, que, aunque de familias complicadas o sobreprotectoras no siempre salen individuos frágiles, las probabilidades aumentan.
A veces no se da una desaprobación tan directa y clara, pero la ausencia del padre o la madre, que se ocupan de otras cosas, descuidando a los hijos, conlleva a que la niña y el niño se puedan sentir abandonados, se consideren poco importantes o no sepan enfrentar las dificultades de la vida.
La niña o el niño hacen suyos mensajes como: no valgo, no soy capaz, nunca soy suficiente, no puedo, soy débil, soy tonta, soy fea o soy gorda; u otros como, eres el mejor, todo lo haces bien, ten todo lo que deseas.
Pero una vez nos instalan de alguna manera este software mental, ya de adultos somos nosotros quienes perpetuamos esa manera de amarnos a nosotros mismos, cuando por algún motivo no hacemos los ajustes necesarios.
El psicólogo estadounidense Albert Ellis considera este concepto clásico de amor por uno mismo que acabamos de ver, irracional y perturbador y nos da tres argumentos que hemos de tener muy presentes para cambiarlo:
nadie tiene éxito en todo ni fracasa en todo, luego es imposible dar un valor global a una persona. En algunas cosas fallamos, en otras acertamos;
lo apropiado entonces es calificar a las conductas y no a las personas, de forma más específica y realista: “he cometido una tontería”, “en este particular, he fallado”, en lugar de “soy tonto” o “soy un fracaso”;
la opinión de los demás está basada en sus propias expectativas, exigencias personales ¡y locuras! Son, sobre todo, proyecciones de sus propios esquemas mentales, que dicen más de ellos mismos que de nosotros.
Una alternativa saludable a esta forma de ver el auto amor
Como alternativa, Albert Ellis propuso el concepto de “autoaceptación incondicional”, que consiste en algo que podríamos llamar "el amor incondicional hacia nosotros mismos": querernos y valorarnos por el simple hecho de ser seres humanos falibles, amarnos de igual forma, aunque acertemos o fallemos, aunque nos elogien o nos critiquen.
Esta orientación es defendida por la Psicología por diversas razones, entre las cuales destacan dos. Veamoslas a continuación.
En primer lugar, por el reconocimiento y aceptación de las personas como seres humanos falibles que somos y seremos, junto al reconocimiento del propio fallo en sí, como algo natural.
Si partimos de la base de que no necesitamos ser perfectos, antes lo contrario, de que somos seres naturalmente imperfectos, nos quitamos una enorme losa de encima, losa que aprisiona y perjudica gravemente a nuestra autoestima y nos hace actuar de manera compensatoria y auto saboteadora.
Para reflexionar sobre este primer aspecto, podemos pensar en cómo es la autoestima de un niño de cinco años y de qué depende. Un niño o una niña de esa tierna edad no necesita absolutamente nada para tener una autoestima sana, la tiene por naturaleza. Juega, ríe, confía despreocupadamente, sin valorar en absoluto si los garabatos que hace en el papel están mejor o peor, o si las figuras que elabora con la plastilina tienen más o menos calidad, o qué van a pensar los demás sobre lo que ha elaborado. Y todo lo que hace es gracioso, espontáneo, auténtico y, sobre todo, imperfecto.
Sólo más adelante comenzará a etiquetar, a compararse, a valorarse en función de criterios impuestos por otros seres más o menos perturbados, o por criterios autoimpuestos que proceden de sus memorias ancestrales.
Naturalmente, nosotros tenemos tareas más importantes que dibujar garabatos en un papel, pero de alguna manera hemos de caminar de regreso hacia ese estado de inocencia, de despreocupación con el resultado de nuestras acciones.
Jesús y las Bienaventuranzas
Y descendió Jesús con los discípulos y se detuvo en un lugar llano, en compañía de una gran multitud de gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón, que habían venido para oírle y para ser sanados de sus enfermedades.
Acudieron a verle personas atormentadas por espíritus inmundos y todo el mundo le buscaba, porque un poder salía de él y sanaba a todos.
Entonces, paseando la mirada por el gentío, les dijo:
“Bienaventurados vosotros, los pobres, porque Dios está de vuestra parte. Bienaventurados los que ahora pasáis hambre, los que lloráis desesperanzados, los ignorantes. Los que sufrís emocionalmente, o materialmente, porque Dios os ama y os protege y os reserva una gran recompensa. Porque vosotros sois la luz del mundo, luz que debe resplandecer de tal forma que la gente os vea brillar y viéndoos, glorifique a vuestro Padre del cielo. Y no se esconde una luz, se coloca en lo alto de la casa para que ilumine todo. No se puede apagar la grandeza que brilla dentro de cada uno de nosotros. Porque vosotros sois la sal de la tierra, sal que alimenta, que conserva y que da sabor, sin la cual la vida de quienes os rodean se torna insípida. La sal era uno de los bienes más preciados en el día a día de las personas comunes. Así nos ve Jesús, independientemente de cuánto rindamos, de cómo nos traten o de qué piensen los demás. Él activa el valor innato, imperecedero, intocable de cada uno de nosotros."
En segundo lugar, por asumir que cada uno es el principal responsable de su estado emocional: no la vecina, ni la amiga, ni el esposo, ni la esposa, ni el espíritu obsesor, ¡ni el coronavirus!
Como decía Epicteto, lo que sentimos no depende de lo que nos pasa, sino de lo que nos decimos sobre lo que nos pasa, de cómo lo interpretamos. Es ese lenguaje interno, que vamos haciendo habitual desde el momento en el que nuestra personalidad se va consolidando, que determinará el estado de ánimo que será predominante en nuestra vida emocional, pase lo que pase, estemos donde estemos, en Brasil o en España o donde sea. ¡Será indiferente!
Jesús y María de Magdala
María, la de Magdala, era una vendedora de ilusiones. La buscaban porque era extraordinariamente bella y ofrecía toda clase de fantasías a los hombres que la visitaban de noche. En cambio, era despreciada por todos, que le daban la espalda y la señalaban, acusándola de pecadora, si la veían por las calles de Magdala durante el día. Esa es la hipocresía del hombre.
Cuando la meretriz se enteró de que un tal Jesús era capaz de transformar las almas y los cuerpos con una sola mirada, corrió a su encuentro, en Cafarnaúm, en la otra orilla del mar de Galilea. Ella era consciente de sus llagas morales, de sus fallos y no se amaba, se condenaba, como lo hacían los demás.
Él la esperaba.
“Ven María -le dijo Jesús- y no te consideres un pantano. Por casualidad tú nunca viste sobre los escombros las flores diminutas que sonríen cuando la temperatura cambia. Así también son todos aquellos que, marcados por el desastre de la vida, encuentran la palabra de la Vida eterna."
Jesús no juzgó a María de Magdala, sino que vio en ella a una mujer sedienta de amor, pero que lo buscaba en una fuente equivocada. Al acogerla tiernamente, Jesús encendió en ella el amor por la dignidad propia, por el auto perdón y jamás fue la misma. De hecho, abandonó todo para seguirle hasta el sepulcro.
Debido a esta falacia conceptual, debido a esta concepción falsa del amor a uno mismo, nos llenamos de un sinfín de falsas necesidades y exigencias, con el objetivo de corregir los supuestos desvíos, los errores, los fallos, nuestras carencias. Las compensaciones que decíamos antes, por ejemplo:
Me callo para no herir a esta persona, aunque no quiero hacer lo que dice
Le hago este favor, sólo porque si no lo hago, se enfadará
No debería molestarle, mejor no digo lo que pienso
Si se enfada, no lo podré soportar. Por lo tanto, oculto este error que he cometido
Mejor lo hago súper bien, no sea que me critiquen
Me esforzaré como un loco, porque si fallo seré un fracasado
"Debido a esta falacia conceptual, debido a esta concepción falsa del amor a uno mismo, nos llenamos de un sinfín de falsas necesidades y exigencias, con el objetivo de corregir los supuestos desvíos, los errores, los fallos, nuestras carencias."
Aceptarse incondicionalmente
Decíamos que Albert Ellis propuso el concepto de “aceptación incondicional ilimitada de uno mismo, de los otros y de la vida”. Aceptarse incondicionalmente a uno mismo y a los otros con aquellas conductas o aspectos de nosotros mismos y de los otros que no nos gustan y nos desagradan.
Aceptación no es resignación, ni abandono, sino intentar cambiar aquello que se puede cambiar y aceptar aquello que no se puede cambiar y no juzgarse a sí mismo ni a los demás en función de la conducta, ni de las circunstancias.
Aceptación es una habilidad propia de mentes maduras, que conlleva a aceptar que no siempre vamos a agradar al otro, no siempre vamos a satisfacer sus expectativas y eso será incómodo, pero natural y lo podremos manejar. Manejarse en la incomodidad es también, por lo tanto, amarse a uno mismo.
También quiere decir renunciar a nuestros propios deseos de comodidad, auto disciplinarnos. Es decir, poner límites a los demás, pero también a nosotros mismos.
Otros pensamientos acordes con amarse a uno mismo serían:
1. Yo no soy una mala persona cuando actúo mal, yo soy una persona normal que ha actuado mal y es natural actuar mal.
2. Puedo aceptarme a mí mismo incluso si gano, pierdo o empato.
3. Tengo muchos defectos y puedo trabajar en la corrección de ellos sin culparme, condenarme o maldecirme a mí mismo por tenerlos.
4. Puedo detallar mis debilidades, mis desventajas y los fracasos, sin juzgarme o definirme por ellos.
5. Puedo reconocer mis errores y ser responsable de ellos, pero sin reproches a mí misma por efectuarlos.
6. Puedo soportar la incomodad de decir no y que el otro no se lo tome bien.
7. Puedo admitir mis errores, aunque la otra persona quede decepcionada. Esconderlos, ¡no me ayudará!
Finalmente, algunas conductas coherentes con amarse a uno mismo son:
1. Acciones de autocuidado y autointerés, dedicar regularmente tiempo y energía en nuestro bienestar emocional, intelectual físico y espiritual: por ejemplo: practicar regularmente deporte, meditación, yoga, lectura, paseos, cine, series, auto regalos, autoelogios, masajes, pedicura, peluquería, comida sana y rica.
2. Tener claras nuestras preferencias, reflexionando con sinceridad sobre qué necesitamos, qué deseamos, cómo lo queremos, cuándo, de manos de quién, etc.
3. Buscar los medios para alcanzar nuestras metas, investigando, pidiendo consejo, ayuda, orientación, exponiéndose, explorando.
4. Actúa. Empieza a moverte hacia la dirección de tus objetivos, da al menos el primer paso y verás que luego la inercia te empuja hacia adelante. Muévete.
5. Cultiva la resiliencia, es decir, la capacidad para adaptarte y superar las adversidades de la vida. Acepta la incomodidad como algo natural.
6. Silencia todas las quejas, no hables mal de ti ni de nadie o nada, ni del pasado. Que salgan de tus labios sólo palabras de esperanza, afecto, equilibrio y paz. Aunque a veces tengas que poner límites, decir que no: que sea desde la firmeza, pero también desde la bondad.
7. Apóyate en tus fortalezas y capacidades. Arranca desde ahí, desde esos terrenos en los que te mueves bien, hacia otros que no dominas. Por último, pero tal vez lo más importante:
8. Practica la caridad. Interésate genuinamente por el sufrimiento de los demás y haz algo por aliviarlo, en la medida de tus posibilidades. Conecta con otros seres humanos, cuando hayas conseguido primeramente lograr cierto equilibrio en tu interior. Al abrirte a los demás y ofrecerles pensamientos, palabras o actos de cariño, una honda de bienestar te será devuelta. Recibirás, a cambio de tu pequeño esfuerzo, la satisfacción de haber cumplido con lo mejor que puedes hacer como ser humano. 💕